lunes, julio 07, 2008

Una crónica de verano

Una crónica de verano

FRANCESC GONZÁLEZ LEDESMA 06/07/2008

Amigo lector, le ha llegado a usted la hora. Si ya no puede usted dormir por el calor, si sufre embotellamientos en autopistas, peajes, playas y casas de yantar donde sirven sangría, a partir de este momento aún va a ser peor. Prepárese para que le recomienden hidratantes, aguas nitrogenadas, vinos sin alcohol y cremas afganas. Dispónganse a oír historias de amores eternos, o sea conquistas de playa, pero nunca las crea. No crea tampoco a los amigos que presumen de haber comido las mejores paellas de la costa, y eso por tres razones: a) no les deja su mujer, b) no les deja el médico, c) no pueden pagar la cuenta.
No, no lo haga jamás.
Pero no escribo esta crónica de verano para desanimarle, Dios me libre. Lo hago para recordarle que esta época de vacaciones es también la época de la crueldad. Se aparta a los viejos porque estorban, se los aparca en una habitación prestada o a veces se les olvida en una gasolinera. Se abandona a los animales de compañía porque molestan, se lanza hacia la nada a perros y gatos, sobre todo a los perros, aunque sólo te pidan con la mirada. En el momento terrible de aquel cartel de Él nunca lo haría.
No voy ahora a hablarles de mis amigos, los perros, porque quizá ustedes ya han leído bastante sobre eso. Pero si me lo permiten les diré que todos los animales -todos- no dan lecciones y merecen respeto. Son historias que he vivido y les juro que son verdad.
¿Me permiten?
La primera lección me la dieron unas leonas. Un día lejano -ya ven- tuve dinero y fui a Kenia. Pues bien, vi que tres leonas guiaban un ejército de cachorrillos, como una maestra guía a los niños de la escuela. El guía me dijo: "Están de cacería y va a haber peligro. Apartan a sus cachorros para que no les pase nada". En efecto, ni más ni menos los llevaban a la guardería: primera lección de prudencia y amor.
La segunda lección me la dieron los búfalos. Pasaba una manada, y uno de los animales era demasiado viejo o estaba enfermo: el caso era que no podía seguir el ritmo de los otros y se rezagaba. Las leonas iban a por él, a por el más débil. De aquí a la cacería.
Pero los búfalos nunca dejan solo a un compañero en peligro. Si el búfalo viejo se retrasaba, dos enormes búfalos jóvenes se retrasaban con él. Le protegían. No iban a dejarle solo jamás.
Juro también que nunca he visto un ataque tan furioso de las leonas hambrientas, y una gallardía tan eficaz de los búfalos. De una cornada las enviaban por los aires, las hacían volar hacia el cielo, las convertían en nada. Al final el ataque fracasó, las leonas se retiraron y esperaron una nueva oportunidad, que al final llegaría. Una persecución así puede durar una semana.
Los búfalos se retiraron, el viejo casi a rastras, pero con los dos jóvenes siempre al lado. Me pregunté cuántos seres humanos defenderíamos a un viejo o un enfermo con nuestra sangre y nuestra vida.
La tercera lección me la dio... una serpiente. Créanme: fue una serpiente. En Manaus, la perdida ciudad brasileña que un día fue una de las más ricas del mundo, hay un zoo lleno de cocodrilos, pitones y otras bestias de alta consideración. Las enormes serpientes están en jaulas, perpetuamente dormidas, y una vez a la semana se les arroja una gallina viva, pues nunca comen presas muertas. Los sentimientos, por supuesto, están a favor de la gallina y su sensación de horror, aunque es piadoso creer que apenas se entera, porque todo es muy rápido. Pero a veces la serpiente no tiene hambre.
Y no molesta a la gallina: la ignora. Nunca le hará daño por placer, sino por necesidad. Y entonces vi lo más increíble: la gallina dormía sobre el cuerpo de la serpiente. Ya se habían acostumbrado a vivir juntas: compartían su confianza y su pequeño universo.
Fue entonces cuando pensé en el gran número de seres humanos que matan por placer, por vanidad, por sentirse más importantes que un pájaro. Fue entonces cuando pensé en los que pagan por ver torturar un toro. En los que olvidan la última mirada de su perro.
Lo siento: ésta no deja de ser una crónica de verano. Por favor, si la leen, mediten. Y sobre todo no la lean en un embotellamiento.

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