Un cabezazo para la eternidad
Se cumple un año de la agresión de Zidane a Materazzi, golpe ante las cámaras de televisión que ha provocado ríos de tinta
El País - Enric González 09/07/2007
Hoy hace un año del cabezazo, el más célebre en la historia del fútbol. El 9 de julio de 2006, en la prórroga de la final del campeonato del mundo, ante millones de espectadores, un futbolista exquisito, un héroe del deporte, agrede a un adversario bronco y malfamado. Zinedine Zidane y Marco Materazzi quedan unidos para la eternidad. Y, sin saberlo, reverdecen sus respectivos mitos nacionales. Un año después, Francia sigue viéndose reflejada en el "orgullo" y el "honor" de Zidane. E Italia se reconoce en el papel del maldito, golpeado y discriminado Materazzi, vencedor inverosímil.
Hoy hace un año del cabezazo, el más célebre en la historia del fútbol. El 9 de julio de 2006, en la prórroga de la final del campeonato del mundo, ante millones de espectadores, un futbolista exquisito, un héroe del deporte, agrede a un adversario bronco y malfamado. Zinedine Zidane y Marco Materazzi quedan unidos para la eternidad. Y, sin saberlo, reverdecen sus respectivos mitos nacionales. Un año después, Francia sigue viéndose reflejada en el "orgullo" y el "honor" de Zidane. E Italia se reconoce en el papel del maldito, golpeado y discriminado Materazzi, vencedor inverosímil.
Los mitos nacionales afloraron de inmediato. Del lado francés, el intelectual pluriempleado Bernard Henry-Levi, en The Wall Street Journal ofrece un óptimo ejemplo: "He aquí un hombre de la providencia, un salvador, reclamado como Aquiles en su tienda de rencor y rabia, porque se le consideraba el único capaz de salvar a sus compatriotas de un fatal declive. Es más, es un super-Aquiles (...) Nada nos explicará nunca por qué un icono planetario como Zinedine Zidane, un hombre más admirado que el Papa, el Dalai Lama y Nelson Mandela puestos uno encima del otro, un semidiós, un ungido, este sumo sacerdote de la nueva religión y el nuevo imperio, decidió estallar justo entonces".
El periodista y escritor Beppe Severgnini captó, la misma noche de autos, un pathos muy distinto para la misma tragedia. Y escribió en La Gazzetta dello Sport: "Italianos, gente que sabe esperar y sabe sufrir, intentado sacar una obra maestra de un año horrible y de una velada que comienza mal. El cielo simpatiza con la gentuza como nosotros, que sabemos encajar y no desafiamos con arrogancia".
El entonces presidente francés, Jacques Chirac, le disculpó: "Algo muy grave ha tenido que ocurrir", dijo durante la recepción oficial a los subcampeones, "para que un hombre así haya reaccionado de este modo". La ministra italiana de Cultura y Deportes, Giovanna Melandri, lo vio de otro modo: "Comprendo a quienes consideran que la ceremonia de entrega de trofeos y la decisión de ayer [habló tras la sanción de dos partidos a Materazzi "por provocar"] constituyen muestras de una actitud discriminatoria hacia los italianos".
Francia e Italia mantienen una peculiar relación de amor-odio. Italia, vista desde Francia, es un país de emigrantes pobres, gente simpática pero poco fiable, escasa de honor y de grandeza. Francia, vista desde Italia, es un imperio prepotente e invasor, una sociedad orgullosa y racista. En los días siguientes al cabezazo afloró lo peor de esa relación, y el resto del mundo pudo opinar también. Los británicos, en general poco admiradores de los franceses, mostraron un especial desprecio por los italianos. En un sondeo en directo realizado por un programa radiofónico de la BBC, el 90% de los oyentes consideraron que Zidane había hecho bien en agredir a Materazzi. Los mismos protagonistas, Zidane y Materazzi, han procurado encarnarse en arquetipos nacionales. Zidane, un hombre dulce con ocasionales arrebatos de rabia, se ha convertido en promotor de la paz, del fútbol y de una marca de material deportivo, y reconoce que "Italia mereció la victoria". Pero no se arrepiente de nada: "Dijo cosas muy graves que me afectaban a mí, a mi madre y a mi hermana. Hay que castigar al auténtico culpable, y ese es quien provoca". Materazzi minimiza lo ocurrido, habla bien de Zidane y no tiene inconveniente en explicar, en privado, lo que le dijo justo antes del cabezazo. Empezó con un "aparta, marica", siguió con una evocación a la hermana de Zizou como presunta trabajadora del sexo, y remató expresando su deseo de penetrar analmente in situ a su interlocutor. No hubo menciones a la madre de Zidane (esa señora tan tremenda, que quería que le sirvieran "los testículos de Materazzi en un plato"), porque para el futbolista italiano las madres son tabú: perdió la suya muy joven.
Materazzi, considerado el futbolista más violento del calcio y apodado Matrix por sus patadas voladoras, se toma a broma el incidente y ha publicado el libro Lo que realmente dije a Zidane, compendio irónico cuyos beneficios revierten a Unicef. Ofrece 249 versiones de la provocación intolerable.
El periodista y escritor Beppe Severgnini captó, la misma noche de autos, un pathos muy distinto para la misma tragedia. Y escribió en La Gazzetta dello Sport: "Italianos, gente que sabe esperar y sabe sufrir, intentado sacar una obra maestra de un año horrible y de una velada que comienza mal. El cielo simpatiza con la gentuza como nosotros, que sabemos encajar y no desafiamos con arrogancia".
El entonces presidente francés, Jacques Chirac, le disculpó: "Algo muy grave ha tenido que ocurrir", dijo durante la recepción oficial a los subcampeones, "para que un hombre así haya reaccionado de este modo". La ministra italiana de Cultura y Deportes, Giovanna Melandri, lo vio de otro modo: "Comprendo a quienes consideran que la ceremonia de entrega de trofeos y la decisión de ayer [habló tras la sanción de dos partidos a Materazzi "por provocar"] constituyen muestras de una actitud discriminatoria hacia los italianos".
Francia e Italia mantienen una peculiar relación de amor-odio. Italia, vista desde Francia, es un país de emigrantes pobres, gente simpática pero poco fiable, escasa de honor y de grandeza. Francia, vista desde Italia, es un imperio prepotente e invasor, una sociedad orgullosa y racista. En los días siguientes al cabezazo afloró lo peor de esa relación, y el resto del mundo pudo opinar también. Los británicos, en general poco admiradores de los franceses, mostraron un especial desprecio por los italianos. En un sondeo en directo realizado por un programa radiofónico de la BBC, el 90% de los oyentes consideraron que Zidane había hecho bien en agredir a Materazzi. Los mismos protagonistas, Zidane y Materazzi, han procurado encarnarse en arquetipos nacionales. Zidane, un hombre dulce con ocasionales arrebatos de rabia, se ha convertido en promotor de la paz, del fútbol y de una marca de material deportivo, y reconoce que "Italia mereció la victoria". Pero no se arrepiente de nada: "Dijo cosas muy graves que me afectaban a mí, a mi madre y a mi hermana. Hay que castigar al auténtico culpable, y ese es quien provoca". Materazzi minimiza lo ocurrido, habla bien de Zidane y no tiene inconveniente en explicar, en privado, lo que le dijo justo antes del cabezazo. Empezó con un "aparta, marica", siguió con una evocación a la hermana de Zizou como presunta trabajadora del sexo, y remató expresando su deseo de penetrar analmente in situ a su interlocutor. No hubo menciones a la madre de Zidane (esa señora tan tremenda, que quería que le sirvieran "los testículos de Materazzi en un plato"), porque para el futbolista italiano las madres son tabú: perdió la suya muy joven.
Materazzi, considerado el futbolista más violento del calcio y apodado Matrix por sus patadas voladoras, se toma a broma el incidente y ha publicado el libro Lo que realmente dije a Zidane, compendio irónico cuyos beneficios revierten a Unicef. Ofrece 249 versiones de la provocación intolerable.
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